Es
Jimena Araya (mejor conocida por su personaje de Rosita) quien se ha apoderado
de las redes sociales y los portales de internet en nuestro país. En efecto,
desde que apareció la noticia de que la escultural actriz es buscada por la
justicia debido a su presunta participación en la fuga de un peligroso pran,
miles de internautas hacen comentarios que van desde la burla hasta los
lamentos.
Más de 347 mil seguidores tiene en Twitter esta
dama que cada domingo por la noche ha sido protagonista de uno de los programas
humorísticos más vistos en la tv. Entre la admiración de muchos y la crítica
(muchas veces destructiva) de otros, Rosita se convirtió en un producto de
consumo masivo y una imagen comercial de la todavía machista sociedad
venezolana.
Rosita, con su personaje de asistente en las
tareas del hogar (mal llamada cachifa, mucama o sirvienta) fue usada por la
televisión para reforzar el viejo concepto de la mujer que es feliz siendo
sumisa ante la autoridad de hombres abusivos. Con el jefe portugués que le
ordenaba recoger cosas del suelo para observar su cuerpo de afrodita, se
cumplía la dramatización racista de la supuesta superioridad de los machos
europeos y la pretendida inferioridad de las mujeres tercermundistas que
mansamente “complacen” a sus amos para ganarse la vida. Todo como en los
tiempos de Cristóbal Colón.
Desde nuestra óptica feminista, Rosita ha sido
sólo un instrumento, no la directora de la orquesta publicitaria. Porque ya sea
en la pantalla o en el mundo real, hay millones de respetables damas como
Rosita, que voluntaria o involuntariamente participan en relaciones donde son
tratadas como objeto sexual de personas explotadoras a cambio de dinero u otros
beneficios.
El asunto va más allá del chiste, la mofa o la
farándula. Porque la atención de las multitudes convierte al personaje en un
símbolo cultural que es capaz de influir en millones de personas y
especialmente en los jóvenes. Varones que sólo desearán tener a una mujer con
cuerpo voluptuoso y que buscarán (como sea) el poder monetario para
“comprarla”. Muchachas que “invertirán” en implantarse o moldearse busto,
trasero, cintura, piernas y abdomen “perfectos” como los de Rosita porque se ha
establecido socialmente que esas son las llaves del éxito, la fama, la fortuna
y la conquista de un hombre adinerado.
Ante lo que ahora se asoma como la desgracia de
Rosita (aparentemente fugitiva de la ley), muchos y muchas que hoy por Twitter
la llaman despectivamente “prostituta” sin tener argumentos válidos para tal
afirmación, hasta ayer eran sus fans y hasta culto le rendían. La sociedad
parece estar enferma de hipocresía porque sólo aplica sus juicios morales a los
vencidos, pero nunca a los vencedores.
Inocente o culpable de los delitos que se le
imputan, es obligatorio tener en cuenta que Jimena Araya es víctima de una
sociedad mercantilista, sexista y fetichista, donde se fomenta la ambición de
hacerse rico a cualquier precio y la perversa tentación de los caminos fáciles.
En ese contexto, la prostitución, la pornografía, la trata y el tráfico de
personas conforman una de las industrias delictivas más poderosas del mundo
junto con el tráfico de armas y drogas.
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