Seguidoras

22/7/12

Juventud y Vida


Por: Jesús Silva R.

La juventud jamás debería ser interrumpida, porque es ella la etapa de mayor esplendor del ser humano. Se trata del tiempo en que somos la obra inmaculada que originalmente hemos nacido para ser tan ajenos a las desigualdades sociales que nos predisponen y las tediosas preocupaciones adultas que nos imponen desconfianza, desapego y precaución.

Lo más sublime de la juventud es sentir que la maldad no existe y que cualquier peligro es mínimo, es vivir dispuesto a experimentar cada instante de la vida apasionadamente; es disfrutar de la libertad, porque mañana gozaremos de una segunda oportunidad y por eso no hay temor a equivocarse. Aun si, hacemos esperar a la responsabilidad, ella no esperará por nosotros; y de allí la importancia de las advertencias oportunas. Sin embargo, es tan difícil privar a una novel rosa del excesivo sol por miedo a maltratar sus lindos pétalos, y contra la corriente es apartar de la sombra y la humedad a la margarita ansiosa por temor a incomodar su maravilloso tallo.

Sea como sea, y pase lo que pase, principio o final, la temprana edad equivale a una encantadora canción, a un lienzo virgen por pintar. La juventud es siempre necesariamente bella, adorable y contagiosa, va más allá de una agraciada silueta, o un rostro fabuloso; es, en inicio, un estado espiritual, una actitud de alegría y entrega al mundo, un romance provisional que la naturaleza le permite a las personas hasta la llegada de otra era mayor que conlleva luchas, obligaciones, cargas y disciplinas típicas en la actual sociedad industrializada que ha dejado de ser joven y se traga a los individuos en la monotonía del trabajar para sobrevivir.

Se va la juventud en una carrera fantasiosa que nos hace creer que podremos acumular riquezas que compensarán su partida. Quizás el envejecimiento nos hace más ingenuos ante el ansia necia de tener para ser, de adquirir para existir, en la esclavizante jornada diaria de ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para la atención de nosotros mismos. Al final, es evidente que dos tercios de nuestra existencia útil se evapora y tarde descubrimos que la preciosa juventud era todavía más corta de lo que al inicio parecía.

Por los hijos que han nacido, por nuestros hijos por nacer, por los que se fueron demasiado temprano, sirva este mensaje de afecto, respeto y recordatorio a los momentos felices que nos ratifican que la vida ha valido la pena, que quienes han alzado vuelo ahora desde el cielo sonríen al contemplar que su presencia sobrevive mágicamente en nuestros corazones y conciencias, porque quien es tan afectuosamente recordado entre los vivos, ciertamente ha conquistado la perpetuidad bendita de los ángeles.